sábado, 27 de junio de 2009

Los dos tiempos de Camila

Número 87 / Junio de 2009
www.psyche-navegante.com
autores@psyche-navegante.com
Silvia Sisto y Sergio Rodríguez

Lo que sigue es el relato sobre un aspecto de nuestra intervención como psicoanalistas en el marco del trabajo de ASE (Acción Social Ecuménica) por invitación del Pastor Protestante Sabino Ayala –de la Iglesia Evangélica Alemana del Río de la Plata- y la Licenciada Griselda Knodel Coordinadora del Área de Salud Mental de dicho espacio, en una villa del conurbano bonaerense.

Camila. Otro escalón fue posible
Por Sergio Rodríguez


Segura, inteligente, vivaz. Una de las manos derechas del Pastor. La otra, es Nerea, la hermana de Camila. Camila no es alta, tampoco baja. Siendo mujer, estatura media, límite inferior. Tez cetrina, rostro bonito, iluminado siempre por una linda sonrisa.
Ni bien se enteró que la Parroquia llevaría un psicoanalista, pidió ir a verlo. Una vez por semana, cerca de un año. Se sentía triste. No le gustaban las cosas que pasaban en su casa. Ella, Nerea y tres hermanas más, dormían en una de las habitaciones. Otras tres, en una más chiquita y las otras dos en el comedor. La hermana mayor hacía dos años que vivía con el novio y su bebé. Sí, son once hermanas. En el dormitorio matrimonial, los padres. Ahí estaba el problema. Con las hermanas se llevaba más o menos bien. En verdad casi no se relacionaba, ni siquiera con Nerea, con la que trabajaban casi todos los días juntas en la Parroquia y en las cosas de la Villa. Pero, mucho no se daban.
Se ponía muy mal, por como el padre trataba a la madre. Siempre la maltrataba, a veces hasta le pegaba. Y la madre no se refugiaba en ella. Más bien, se iba a la casilla de la hermana. Es cierto que Camila siempre fue muy independiente y anduvo por las suyas. Pero sufría cuando el padre le pegaba a la madre. Una vez se interpuso y se golpearon fiero. Desde entonces, no se hablan. Un eterno silencio tenso entre los dos. Ella lo sufre, pero… no le importa. Cuando él entra, ni lo mira. Y trata de estar lo menos posible en la casa. Reparte su día en trabajar en un centro comunitario como maestra (aunque aún no lo es), ayuda con los deberes, y por la tarde en la Parroquia con los chicos de la villa.
Andando el análisis, aparecieron dos amorcitos. Uno, un muchacho que la persigue hace mucho, el Toni. Buen muchacho. Es albañil, medio oficial ayudante, y pintor de paredes. Cuando no changuea con uno de los oficios, changuea con el otro. Es bueno y trabajador. Pero curte Paco, a veces, con Quique. Es cierto que no lo hace todos los días y menos todo el día. Sólo el fin de semana. Pero ella sabe, así empiezan. Un fin de semana fue a una actividad de la Iglesia en Ezeiza y conoció a un muchacho que vive en una villa de Monte Chingolo. Está terminando una escuela técnica y dice que piensa seguir. Tiene un auto, y la llevaba a pasear en él. Claro, viven lejos y eso es un lío. Pero los fines de semana se encontraban en Constitución, es un lugar que resulta intermedio. Pero duró poco, la distancia era mucha y el entusiasmo no tanto.
Las conversaciones se fueron orientando a su deseo de dejar de seguir viviendo en la villa y orientarse hacia un estudio universitario. Tenía 18 años y había terminado bien la secundaria. Pero… ¿dejar sola a su mamá? ¿Y sus hermanas? ¿A dónde ir? Primero pensó en hacer el profesorado de matemáticas. Al analista, mucho no lo convencía. No le parecía que sus deseos tuvieran que ver con una “exacta” y tampoco con andar dando clases. Más bien, era su rebusque actual. Pero, como corresponde, se calló. Y ella siguió sus asociaciones. En el curso de las sesiones en el “aula” de la Parroquia, apareció un sueño repetitivo que hacía mucho la perseguía despertándola con angustia. Breve. En distintos lugares, con algún detalle diferente, pero siempre lo mismo: subía una escalera, había gente atrás, y no podía llegar al final… El sueño se cortaba dejándola sumida en la angustia. Mientras, seguía barajando posibilidades. Apareció abogacía, pero no sabía por qué, pero algo de esa carrera no le cerraba. ¿Merecían ser defendidos, muchos que conocía? Sabía que hacían lo que hacían, en buena medida por cómo vivían. Pero otros que vivían así también, no caían en hacer esas cosas. Trabajaban y se las arreglaban como podían. No todos eran iguales. Si se recibía de abogada, ¿iba a defender delincuentes? No le cuadraba. Hubo una exposición sobre carreras universitarias en La Rural. Fue con una amiga y uno de los estudiantes de teología. Se pasó muchas horas recorriendo las diferentes muestras y escuchó atentamente las explicaciones. A la sesión siguiente vino radiante. Había descubierto qué quería estudiar. Sería Trabajadora Social, no sabía explicar bien por qué, pero sintió que esa carrera le cuadraba. Siguió el análisis un tiempo. ¿Cómo hacer para irse a vivir a otro lugar?, ¿qué hacer con tal o cual muchacho que la buscaba? El analista sabía que el año que viene no volvería, el cuerpo ya no le daba. Decidió avisárselo con cierto tiempo a Camila. Fue también material de trabajo. Ninguno de los dos era demasiado afecto a las despedidas. Cerca de la última sesión, unas pocas antes, Camila “le” trajo un sueño, pero esta vez sonriente: Volvía a la escalera de otros sueños y comenzaba a subirla. Esta vez, nadie quedaba atrás y pudo llegar hasta el final de la escalera. Se miraron cómplices. Como Trabajadora Social, saldría de la Villa, pero sin olvidarse de los que quedaban atrás. Trabajaría de ocuparse por tratar que Otro lugar fuese posible para ellos.
En la fiesta de fin de año de la Parroquia, se despidieron analista y analizante con una sonrisa, pero no sin un dejo de tristeza. Por Silvia, la analista que siguió trabajando con ella, me enteré después que Camila se había ido a vivir con una amiga y había empezado el CBC.

Camila lava con lágrimas su tristeza
Por Silvia Sisto

Morocha de ojos negros, sonrisa amplia, fresca, 19 añitos. Cuando me incorporo al trabajo, Camila ya había estado en tratamiento con Sergio todo ese año. Acepta el pasaje sin problemas…está bien…si Sergio dice…
Cada sesión preguntaba por él…lo extrañaba. Yo le hacía llegar sus saludos. Fuimos charlando y reconstruyendo lo recorrido con Sergio. La salita de arriba de la parroquia. Era un poco fría aunque cálida a la vez… cuestión de balancear…alguna merienda antes, compartida con los chicos en la cocina, era reconfortante para ambas.
Cierto día Camila cuenta un sueño. Ella está con su amigo Rubén (el que se iba a Alemania becado y justo, justo antes, se va a pasear al río, se tira de cabeza y se mata. Rubén era un pibe de la villa que había logrado este premio. Una beca para estudiar allá… lo que pudimos ubicar como un acto fallido terminó con su plan y con su vida).
Bueno, en el sueño él miraba como ella subía una escalera.
Camila llora, lo extraña y siente mucho dolor. Si a ella algo le cuesta es subir, salir, ir a estudiar o trabajar fuera de la villa.
“Es que es difícil salir solo dejando a los otros abajo…mirando.”
La interpretación del sueño y el trabajo en la parroquia hacen que Camila luzca su bella sonrisa, la tristeza empieza a correrse de su mirada, hay proyectos. Empieza a estudiar en la universidad. Pero hay una materia que le cuesta, no logra entender de qué hablan. Es interpretación de textos y ella es lectora pero no entiende y empieza angustiarse. Es ahí que le propongo que traiga el material a ver de qué se trata y resulta que era el texto de Darwin sobre la Selección natural de las especies.
Claro…los más fuertes son los que sobrevivirán, los que mejor se adapten al medio y puedan mutar de acuerdo a los cambios. Camila abre sus enormes ojos. -Es lógico que no entendieras. De alguna manera se trata de lo que pasa en la villa, de lo que te pasa, de Rubén que no pudo subir las escaleras.
Camila lloró y nuevamente lavó su tristeza.
Hace poco se fue de su casa a vivir con unas amigas. Consiguió un trabajo como docente y…volverá a estudiar…tal vez.

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